Papá Soy una Virgen

 

La Sombra en el Espejo
La Sombra en el Espejo

Esa noche, la fiesta había sido como cualquier otra: luces parpadeantes, música ensordecedora y risas que se mezclaban con el eco de copas chocando. Pero algo cambió cuando llegué a casa. El aire parecía más pesado, como si las paredes respiraran en silencio, observando. Mi padre estaba en la sala, sentado en su sillón favorito, con una expresión que nunca antes le había visto. Sus ojos, siempre tan cálidos, ahora reflejaban algo que no podía descifrar.

—¿Cómo te fue? —preguntó, con una voz que parecía venir de muy lejos.

—Bien —respondí, intentando ignorar la sensación de incomodidad que crecía en mi pecho.

Pero entonces, todo cambió. Con un movimiento rápido y calculado, se levantó y se acercó a mí. Sus palabras, sus acciones, todo parecía formar parte de un plan que había estado gestándose en silencio durante años. En ese momento, algo dentro de mí se quebró. La imagen del hombre que siempre había llamado "papá" se desvaneció, dejando al descubierto una verdad que nunca quise ver.

A partir de esa noche, mi vida se convirtió en un laberinto de secretos y mentiras. Cada mirada, cada palabra, cada gesto, estaba cargado de un significado que no podía ignorar. ¿Quién era realmente mi padre? ¿Y qué más estaba dispuesto a hacer para mantener sus secretos enterrados?


Los días siguientes a aquella noche fueron un torbellino de emociones contradictorias. Mi padre actuaba como si nada hubiera pasado, como si aquel momento oscuro nunca hubiera existido. Pero yo no podía olvidar. Cada vez que nuestros ojos se encontraban, sentía un escalofrío recorrer mi espalda. ¿Qué había detrás de esa mirada? ¿Qué más estaba ocultando?

Decidí investigar. Comencé a revisar viejas fotos, cartas y documentos que guardaba en su estudio. Entre papeles polvorientos, encontré una carpeta con recortes de periódico que databan de hace más de veinte años. Eran artículos sobre desapariciones inexplicables en nuestra ciudad, todas ocurridas en un lapso de dos años. Las víctimas eran jóvenes, todas mujeres, y ninguna de ellas había sido encontrada. Mi corazón latía con fuerza mientras leía los detalles. ¿Era posible que mi padre tuviera algo que ver con eso?

Una noche, mientras revisaba la carpeta, escuché pasos acercándose. Rápidamente escondí los documentos y me senté en el sofá, intentando parecer tranquila. Mi padre entró en la sala, con esa misma expresión indescifrable.

—¿Qué haces despierta a esta hora? —preguntó, con una voz que intentaba sonar casual.

—No podía dormir —respondí, evitando su mirada.

Se sentó frente a mí y suspiró profundamente. Por un momento, pareció que iba a decir algo, pero luego se limitó a mirarme fijamente.

—Hay cosas que no entiendes —dijo finalmente—. Cosas que nunca podrás entender.

Esas palabras resonaron en mi mente durante días. ¿A qué se refería? ¿Qué secretos guardaba? Decidí seguir indagando, pero esta vez con más cautela. Comencé a frecuentar lugares que él solía visitar, hablé con vecinos y conocidos, y poco a poco fui armando un rompecabezas que me llevó a una verdad aterradora.

Mi padre no era quien yo creía que era. Detrás de esa fachada de hombre respetable y cariñoso, se escondía un pasado oscuro y lleno de violencia. Las desapariciones de aquellas jóvenes no eran coincidencia, y yo había sido testigo de algo que nunca debí ver.

Pero lo más perturbador era darme cuenta de que, en algún momento, él había decidido que yo también formaría parte de su juego. ¿Era yo la próxima víctima? ¿O había algo más en su plan?

La tensión en casa era palpable. Cada noche, me acostaba con el temor de que él entrara en mi habitación. Cada día, buscaba nuevas pistas que me ayudaran a entender qué estaba pasando. Hasta que, finalmente, encontré algo que lo cambiaría todo: una vieja llave escondida en el sótano, que abría una puerta que nunca antes había visto.

Al otro lado de esa puerta, descubrí un cuarto oscuro y lúgubre, lleno de objetos que me helaron la sangre. Fotos, ropa, y un diario que detallaba cada uno de sus crímenes. Pero lo más aterrador era una frase escrita en la última página: "Ella es la elegida".

En ese momento, supe que no podía quedarme allí. Tenía que escapar, tenía que contarle a alguien lo que había descubierto. Pero también sabía que mi padre no me lo pondría fácil. Él siempre estaba un paso adelante, y esta vez no sería diferente.

La pregunta era: ¿lograría escapar antes de que fuera demasiado tarde?

Con el diario en mis manos y el corazón latiendo desbocado, supe que no podía perder ni un segundo. Cada página que leía confirmaba mis peores temores: mi padre no solo era un asesino, sino que había estado planeando algo para mí desde hacía años. "Ella es la elegida", decía la última página, y esas palabras resonaban en mi mente como una maldición.

Decidí que no podía esperar más. Agarré el diario y algunas pruebas más que encontré en aquel cuarto oscuro, y me dirigí hacia la puerta. Pero justo cuando iba a salir, escuché pasos en las escaleras del sótano. Mi padre estaba bajando.

Sin pensarlo dos veces, me escondí detrás de un viejo armario, conteniendo la respiración. Él entró en el cuarto, y pude ver su silueta moviéndose en la penumbra. Parecía estar buscando algo. ¿Se había dado cuenta de que yo había descubierto su secreto?

—Sé que estás aquí —dijo de repente, con una voz que me heló la sangre—. No puedes esconderte de mí.

Mi cuerpo se tensó, pero me mantuve quieta, intentando no hacer ningún ruido. Él se acercó al armario, y por un momento pensé que me había descubierto. Pero entonces, su teléfono sonó, y tras una breve conversación, salió del cuarto, cerrando la puerta con llave.

Esperé unos minutos antes de salir de mi escondite. Sabía que tenía que actuar rápido. Usé la llave que había encontrado para abrir la puerta y salí del sótano, pero en lugar de dirigirme a la salida, decidí ir a mi habitación. Necesitaba mi teléfono y algo de dinero si quería escapar.

Mientras empacaba algunas cosas en una mochila, escuché que mi padre salía de la casa. Era mi oportunidad. Bajé las escaleras corriendo y salí por la puerta principal, pero justo cuando pensaba que estaba a salvo, un coche se detuvo frente a mí. Era mi tío, el hermano menor de mi padre.

—¿Adónde vas tan rápido? —preguntó, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—Necesito ir a... a casa de una amiga —balbuceé, intentando parecer calmada.

—Sube, te llevo —dijo, abriendo la puerta del coche.

En ese momento, algo en su mirada me hizo dudar. ¿Realmente podía confiar en él? Pero no tenía muchas opciones. Subí al coche, esperando que me llevara a un lugar seguro.

Sin embargo, a medida que avanzábamos, me di cuenta de que no íbamos en la dirección que yo esperaba. El paisaje se volvía más desolado, y pronto estábamos en una carretera que no reconocía.

—¿Adónde vamos? —pregunté, intentando mantener la calma.

—A un lugar donde podamos hablar —respondió él, sin mirarme.

El miedo se apoderó de mí. ¿Estaba mi tío involucrado en los crímenes de mi padre? ¿O era solo una coincidencia? Decidí que no podía esperar a averiguarlo. Cuando el coche se detuvo en un semáforo, abrí la puerta y salí corriendo, adentrándome en el bosque que bordeaba la carretera.

Corrí hasta que no pude más, y finalmente me detuve junto a un arroyo, jadeando y con el corazón a punto de estallar. Sabía que no podía quedarme allí. Tenía que encontrar ayuda, pero ¿a quién podía acudir? ¿Quién me creería?

Fue entonces cuando recordé a la detective que había estado a cargo de las investigaciones de las desapariciones. Había leído sobre ella en los recortes de periódico. Si alguien podía ayudarme, era ella.

Con un nuevo propósito, me dirigí hacia la ciudad, evitando los caminos principales y manteniéndome oculta. Sabía que mi padre y mi tío estarían buscándome, y no podía permitir que me encontraran.

Finalmente, llegué a la comisaría. Con el diario y las pruebas en mano, me presenté ante la detective y le conté todo lo que había descubierto. Al principio, parecía escéptica, pero cuando vio las pruebas, su expresión cambió.

—Esto es grave —dijo, mirándome a los ojos—. Pero no te preocupes, vamos a asegurarnos de que estés a salvo.

En ese momento, sentí un alivio momentáneo. Pero sabía que la batalla aún no había terminado. Mi padre era peligroso, y no se detendría ante nada para proteger sus secretos.

La pregunta era: ¿lograría la justicia prevalecer, o sería yo la próxima víctima?

La detective me llevó a un lugar seguro, una casa de acogida lejos de la ciudad, donde podría estar protegida mientras se llevaba a cabo la investigación. Las pruebas que había entregado eran contundentes: el diario de mi padre, las fotos, los objetos personales de las víctimas. Todo apuntaba a él como el responsable de aquellas desapariciones.

Los días siguientes fueron un torbellino de declaraciones, interrogatorios y reuniones con abogados. La policía allanó nuestra casa y encontró el cuarto del sótano, confirmando todo lo que yo había dicho. Mi padre fue arrestado, y las noticias sobre su captura sacudieron a la comunidad. Nadie podía creer que un hombre tan respetable fuera capaz de algo tan monstruoso.

Pero a pesar de todo, algo no me dejaba tranquila. Mi tío seguía libre, y aunque no había pruebas concretas contra él, no podía sacarme de la cabeza la forma en que me había mirado aquel día en el coche. ¿Estaba realmente involucrado, o era solo mi paranoia?

Una noche, mientras intentaba dormir, recibí una llamada de un número desconocido. Al otro lado de la línea, una voz susurrante me dijo:

—No creas que esto ha terminado. Él no es el único.

Antes de que pudiera responder, la llamada se cortó. El miedo se apoderó de mí de nuevo. ¿Quién era esa persona? ¿Qué quería decir con que "él no es el único"?

Al día siguiente, la detective me informó de que habían encontrado más pruebas en la casa de mi tío. Parecía que él también estaba involucrado en los crímenes, aunque en un papel secundario. Había estado ayudando a mi padre todo este tiempo, encargándose de deshacerse de las pruebas y mantener el secreto.

Con esta nueva información, la policía actuó rápidamente. Mi tío fue arrestado, y por primera vez en semanas, sentí que podía respirar un poco más tranquila. Pero la sensación de alivio no duró mucho.

Una tarde, mientras revisaba las noticias en mi teléfono, me encontré con un artículo que me dejó helada. Hablaba de una red de personas involucradas en crímenes similares en varias ciudades. Mi padre y mi tío no estaban solos; formaban parte de algo mucho más grande y oscuro.

La detective me aseguró que estaban trabajando en desmantelar esa red, pero sabía que el peligro no había desaparecido por completo. Decidí que no podía quedarme en ese lugar, esperando a que alguien más decidiera mi destino. Tenía que tomar el control de mi vida.

Con la ayuda de la detective, cambié mi identidad y me mudé a otro país, lejos de todo lo que conocía. Fue un nuevo comienzo, pero también un recordatorio constante de que el pasado nunca desaparece del todo.

Años más tarde, recibí una carta anónima. En ella, solo había una frase: "La sombra en el espejo nunca se va".

Supe entonces que, aunque había logrado escapar, aquella sombra siempre estaría ahí, acechando en los rincones de mi mente. Pero también supe que había encontrado la fuerza para enfrentarla, y que nunca más permitiría que alguien más controlara mi vida.


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